jueves, 21 de junio de 2012

FRAY PERICO Y SU BORRICO


En el convento de San Francisco cerquita de Salamanca, vivían veinte frailes de cabeza pelada y barba muy blanca, vestían un hábito remendado y todos iban en fila. Los frailes del convento se dedicaban a hacer lo que mejor sabían, uno serraba la madera, otro pelaba patatas, otro cortaba con las tijeras, otro hacía vino, otro hacía chocolate. Todas las mañanas al levantarse con el canto del gallo rezaban a San Francisco. Fray Balandrán tocaba la campana y los frailes corrían a comer, a cantar o a trabajar.
Fray Nicanor era el fraile superior, fray Olegario el bibliotecario, fray Bautista el organista, fray Cucufate el del chocolate, fray Pirulero el cocinero, fray Mamerto el del huerto, fray Procopio el del telescopio, fray Silvino el del vino, fray Ezequiel el de la miel, fray Rebollo el panadero, fray Simplón el torpe, fray Sisebuto el bruto…

Era un convento muy serio hasta la llegada de Perico, muy inocente y sencillo, se esforzaba mucho y se ofrecía para todo, pero tenía muy mala suerte. Al principio no cayó muy bien porque era muy torpe, lo enviaron al colegio a aprender, donde el burro aprendió más que él, pero al cabo de unos meses le cogieron mucho cariño, era el único que entretenía a San Francisco contándole cuentos ya que los demás lo trataban como una estatua.

Fray Perico como lo llamaban los demás frailes les devolvió la vida, desde que llegó al convento les cambió la vida a todos hasta a San Francisco, le fue mucho más grata ya que con sus travesuras y grandes ayudas hacía que pasaran cosas en el convento que hacía de reir al Santo. Le cortó las colas a dos vacas para hacer una sopa de rabo de vaca para curar a fray Pirulero que estaba enfermo, compró un borrico que le faltaban dientes a unos gitanos en la feria que finalmente acogieron en el convento y lo llamaron Calcetín. Así como esas más historias que hicieron felices a todos incluso al padre visitador que se enteró de esas cosas y fue de improviso al convento a comprobarlo. Se dirigió de vuelta al Capitolio General, donde todos estaban muy serios y enfadados esperando noticias, se tropezó a cosa hecha con los escalones para que estos se rieran y salvar el convento de SAN FRANCISCO.

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